Hace poco tiempo murió alguien muy querido. Fue un momento único y precioso poder acompañar un ser tan querido en sus últimos instantes de vida. Cuidar los detalles, las relaciones y las palabras a su alrededor. Ver como la vida y la muerte conviven con tanta naturalidad si no nos aferramos a nada es liberador y deja como una gran sensación de paz alrededor.
Paz, serenidad y también la tristeza y la nostalgia de los momentos compartidos, de aquellos abrazos que ya no volverán, pero que guardo como tesoros en la memoria de la piel.
La muerte pone en evidencia la impostura de la realidad en que vivimos, ello nos descoloca y nos puede dejar sumidas en la desesperación. Por eso me ayuda este cuento clásico budista que quiero compartir sobre una madre, la muerte de un hijo y la sabiduría de un gran maestro:
Había una vez una mujer viuda que sólo tenía un hijo. Tras una enfermedad, el joven murió. La pobre madre , una vez en el cementerio se tumbó en el suelo y era tal su desesperación que se negaba a comer o a beber:
-Sólo tuve un hijo, era toda mi vida. Ahora ya no está. Quiero unirme a él en la muerte -decía desconsolada.
El Buda, que estaba cerca, se enteró del sufrimiento de esta mujer. Fue al cementerio, rodeado de varios monjes. La mujer lo vio acercarse e, impresionada por su majestuosidad y la luminosa belleza de su rostro, se postró a sus pies.
¿Por qué te quedas en este cementerio? preguntó el Buda.
Porque mi hijo yace aquí y quiero morir con él. ¿Pero no podría usted, Maestro, traerlo de nuevo a la vida?
-Es posible, pero necesitaría un fuego -dijo el Buda.
Eso es fácil -dijo la madre esperanzada-.
-Todo lo que necesitas es fuego de una casa donde nunca haya muerto nadie –pidió el maestro.
La pobre mujer se puso en camino. Preguntó a todas las mujeres y hombres que encontró:
– ¿Ha muerto alguno de tus parientes?
Le respondían:
– Desde nuestros antepasados hasta nuestros abuelos, todos han muerto.
Entró en casa de una mujer que le dijo:
-Tuve una hija, está muerta.
En otra casa, le dijeron:
-Nuestros padres murieron el invierno pasado…
Visitó docenas de casas y en todas recibió la misma respuesta. Así que volvió al Buda y dijo:
Aquí estoy, con las manos vacías, porque en todas las casas ha habido una o más muertes.
El Buda le habló con dulzura: «Desde el principio del universo, toda criatura viviente ha tenido que morir. Aferrarse a lo que debe desaparecer conlleva sufrimiento. Aunque amemos y protejamos todas las formas de vida, sería mejor liberarnos de la rueda de existencias sobre la que giramos sin descanso y liberar a todos los seres”
La pobre madre escuchó y, poco a poco, su mente escapó de la prisión del dolor, encontrando la paz.
Hoy celebraríamos el santo de mi padre, siempre marcó el inicio del verano. Te echamos de menos. Muy buena continuación.